En la ciudad de Melancolía, un depósito de autos oxidados yacía como un cementerio de recuerdos. Samuel, un anciano mecánico, paseaba entre esqueletos de vehículos olvidados. Un día, entre la herrumbre, surgió Emily, cuya juventud había quedado atrapada en un Ford antiguo.
Compartieron risas y lágrimas, rememorando tiempos de motores rugientes y carreteras testigos de amores perdidos. Juntos, exploraron el depósito, reviviendo momentos sepultados en la oxidación del olvido. Al atardecer, despidiéndose, Samuel y Emily llevaban consigo el eco de sus risas y la añoranza de un pasado entre los restos oxidados.
La ciudad quedó sumida en la quietud, pero la promesa flotaba en el aire: entre los escombros del tiempo, los recuerdos podían renacer, y la nostalgia se convertía en un testamento silencioso de amores que resistían incluso la corrosión del olvido.